
UN DIARIO LEIDO
LA VIDA ES UNA BUSQUEDA

Jaime y Jacobo
No me puedo concentrar, este microscopio parece el ojo de mi viejo, por qué justo yo, el hijo del medio, tenía que ser el varón y llamarme Jacobo, qué culpa tenía que mi bisabuelo hubiese muerto y para recordarlo me lo enchufaron a mí, qué injusto el universo, biólogo genetista en una familia ortodoxa en la que todos esperan que Dios los ayude, y cuando se mandan un moco rezan un día entero. Pedir perdón, jamás.
El olor húmedo de estas mesas de madera y las sillas cuadradas, duras, para no estar sentado mucho tiempo me recuerdan las largas charlas con mi amigo Mauricio piensa Jaime. Habíamos terminado la secundaria después de muchas rateadas durante la última hora dedicada al rezo. Creo que Dios nunca me escuchó mucho cuando le decía que era joven para casarme y que no estaba convencido si Rebeca era la persona. Ni hablar de mis padres, ellos nunca escucharon nada, creo que tampoco vieron nada. No era más hombre por ir a debutar sin casarme con esas chicas del burdel o los viajes en patota con los tíos a la isla Maciel, cómo podía decirles que no quería eso, con esa cabeza religiosa.
Mi familia sólo sabia rezar, trabajar y hacer hijos, nueve hermanos tengo, no entiendo como mi vieja pudo parir tantas veces. Rebeca al tercero me dijo "Jaime, el próximo con Dios". Nadie supo que nos cuidábamos, bah, tampoco teníamos tanto sexo, siempre algo le dolía o estaba cansada.
Cuando mi viejo se entere le va a dar un bobazo, piensa Jacobo sin sacar el ojo del microscopio. Podría decirle que es culpa suya por hacerme debutar en la isla Maciel a los 17 años, a ver si salía con alguna chica y tenía sexo, había que calmar a la fiera. Pero lo que él nunca supo es que cada vez que íbamos yo charlaba con las chicas y les decía cómo cuidarse y el viejo pobre pagaba fortunas. Él no se quedaba atrás y mi tío Mauricio menos, siempre con la misma, sólo a mí me la cambiaban, en la variedad está el gusto me decían.
Ya son las cinco. Me queda una hora.
MI vieja, ella me mima, prepara las comidas que me gustan, por suerte no viene a mi casa porque no tengo dos heladeras, una para lácteos y otra para carnes, me siento un loco pensando esto.
Rebeca era la elegida, a Mauricio nunca pude decirle cuanto lo quería. A medida que pasan los años siento que fue el amor de mi vida, cómo iba a decirle eso, se iba a ir corriendo, y a mis padres menos, un hijo gay en esos años era para un psiquiátrico y me hubiera muerto ahí. Tal vez hubiera sido mejor, tocar a las mujeres me daba escalofrío y pocas veces pude tener sexo con las prostitutas, charlaba con ellas para pasar el tiempo. Mariel uh, qué mina, ella me decía que Dios no castigaba la verdad, que hablara con mi papá. Me pongo colorado de sólo pensarlo.
Hoy cuando cenemos, por suerte no vienen las dos brujas, de mis hermanas, llevo un postre que les gusta a Rebeca y a Jaime y durante el café les cuento, pero cómo carajo les cuento. Quiero decirles y ahí mi mama va a decir, cómo se llama la chica. Y papá va a preguntar por el apellido y cuando diga Fernández tengo que llamar al 911, no importa. No sé si quiero tener hijos y Juan Fernández es mi pareja y si me desheredan que sería lo mejor y más leve, ya se les va a pasar. Mis hermanas, unas turras, a Judith cuando se lo conté sacó la biblia y se empezó a mover rezando, no sabía cómo calmarla, a la otra más tarada aún, Sofia, me dijo ya te vas a curar, no parecen mis hermanas. Mis cuñados no me dejan a ver a mis sobrinos. Pedazo de dinosaurios.
Mientras Jaime espera a Jacobito, mira a Rebeca con nostalgia, ni la mano podía darle, al principio no me gustaba pero me acostumbré, pobrecita nunca supo que yo era gay, ella cree que la engaño con cuanta mujer se me cruza como la mayoría de mis amigos.
Si supiera.
Piensa en Mauricio.

NOCHE MÁGICA
Parada miro al frente, la gente ahí sentada me mira. La nuca siente un apretón, no sé si voy a poder.
Arde el cuerpo, el brazo izquierdo comienza a dormirse, no es momento, lo miro, muevo los dedos, no es posible una elongación, los ojos de los otros están puestos en mí.
No todavía no. Entra el pianista, aplauden. Sigan, sigan, aplaudan. Arrancan los primeros acordes. Que sean interminables, pienso, equivocate y volvé a empezar. La pierna izquierda tiene movimiento propio, la mano ya no la siento, los dedos helados, entumecidos. La mano derecha está viva. Sonrío. A qué sonrío. Tengo que empezar, el ultimo acorde me da la señal. Clavada en el escenario le pido a la voz que salga. Pienso, quince minutos y termina. Transpirada, sedienta, tengo que abrir la boca. Carraspeo, hago una reverencia. Aplauden. Tranquila. Ni miro al pianista que me quiere comer cruda. Quiero calmar los pensamientos, abro la boca, la voz no sale, no hay solución.
Uno. Dos. Tres.
Me desmayo.

AZABACHE
Cierro los ojos, ya lista para dormir y ahí estás. Veo tu nariz de perfil griego y tus ojos redondos abiertos. Aparece algo de cabello color azabache. A vos te busco. En la llama de la estufa los azules te dibujan, pero no te veo.
Estás cada noche cerca mío, pero no te puedo encontrar. Los ojos cerrados provocan a tu alrededor destellos de color. Pero no te distingo. A vos te busco en la salida del sol, pero ya no estas. Solo cuando miro la luna, ahí adentro tu inconfundible boca y el negro de tu pelo. Oscurece.
A vos que no me hablas.
47110
Vimos
amanecer dos veces.
-Nos caemos, nos caemos, gritaba Denise durante las turbulencias.
Desde el hotel ubicado en una colina se ve el puerto y el agua transparente del océano. Entro a la cabina, disco los números en uno de esos antiguos teléfonos que traen mi infancia a la memoria.
- Aló
-José
-Soy Raquel y tengo una carta para vos de Argentina
-Dónde te ubico para retirarla, se lo escucha con emoción, casi se le pueden ver los ojos vidriosos.
Paseamos por San Francisco en el trolebús, las calles en pendiente nos dejan ver el cielo y al instante el precipicio. Llegamos agotados al hotel después de un largo día. Nos sentamos a cenar, volqué la copa de vino manchando el mantel cuando sentí una mano sobre mi hombro. Raquel, soy José, te reconocería en medio de una manifestación. Sonreí, le di la carta que me habían dado y con un tierno abrazo me susurro al oído, dale un beso fuerte de mi parte y decile que aún hay tiempo. Mis ojos acompañaban ese sentimiento y lo vi salir, caminaba lento casi como arrastrando la vida.
Mis
abuelos vinieron escapando de Polonia con tres hijos, dos mujeres y un varón,
el benjamín de la familia nació argentino, mi papá. Mi abuelo fabricaba
camisetas de interlock en una pequeña pieza mientras sus hijos cursaban la
escuela.
Un día 28 de diciembre de 1951 mientras la familia reunida escuchaba la radio gritaron los niños cantores _"47110" y mi papá tenía el billete ganador. De la Singer a pedal pasaron a las ruidosas máquinas de cientos de hilados de antron. Así nació la fábrica. Las costumbres y tradiciones judías se respetaban a rajatabla y había que casar a los hijos por orden de nacimiento.
Don Corleone, así lo apodamos los nietos a mi abuelo, daba lección de ética y buenas costumbres con su dedo índice en alto. Y cómo iba a tener una hija soltera a los 23 años. Le presentaban cuanto hombre judío la casamentera encontraba y si no tenía mucha plata mi abuelo ya se encargaba de ponerlo a trabajar.
_ Sos una solterona, le grito mi abuelo. Fue una sola vez en medio del recibimiento del Shabat.
Ella no tuvo más opción que aceptar después del ultimátum a un marino mercante, morocho, alto, peinado para el costado con un sombrero negro. Así se presentó ante mi abuelo quien al verlo dijo algo así como "con este goy no te vas a casar".
_ Nací en una familia humilde, me crié entre marineros, pero no soy goy y se lo puedo demostrar, le contestó aquel pobre marino sacándose el sombrero.
_ Tampoco tanto, contestó mi abuelo, creo sonrojado por primera vez.
Gracias
a ese encuentro mi mamá y mi papá se pudieron casar.
José lee la carta, aún reconoce la letra después de muchos años. "…. El parque donde nos encontrábamos tiene los bancos pintados de rojo, los chicos siguen corriendo como entonces sólo que ahora yo me siento a mirarlos y a veces me parece verte ahí escondido con la mano en el bolsillo o sacándote un moco pegado sin que me diera cuenta. Te acordás de Antonio que nos regalaba los chicles bazooka, y del día que tu mamá nos hizo un sándwich de salame y queso y nos decía que cuando nos casáramos recordaríamos aquellas meriendas.
Y mi delantal abotonado atrás con un moño enorme que vos me ayudabas a poner antes de volver a mi casa para que mi papá no se diera cuenta. Mi vida sin vos dejó de tener sueños y todavía me arrepiento de no haberte seguido. Mi papá me inspiraba miedo y cuando decía, si un hijo mío se casa con un goy lo desheredo y después me mato, yo no podía cargar con esa culpa. La foto trepados en la casa del árbol sigue adentro del libro de Corin Tellado, este tulipán envuelto en papel celofán lo cuidé estos cuarenta años y cada día que lo acaricio es como tenerte un poco más cerca, hoy quiero compartir con vos un poco de esta flor para que cuando yo la mire, nos miremos. Querido José no podemos recuperar el tiempo sólo no olvidarnos. Mis hijos están grandes y ya soy abuela. Aún te amo."
Todavía escuchamos y sí, vemos el dedo índice en alto de mi abuelo.
-¿Jugaron al 47110, chicos?

El ojo del silencio
A Pedro le gusta saber sobre las cosas que no se ven. Mira libros de los diferentes planetas, los dinosaurios y cuando algo no entiende, pregunta. Cada día, antes de almorzar o cenar, la familia reza para agradecer el pan. Pedro aprendió eso desde muy pequeño.
Los domingos, la familia va a la iglesia a escuchar el sermón del cura. Pedro casi nunca entiende lo que escucha y se entretiene con sus juguetes. Al salir pregunta y le explican lo importante que es saber que Dios está cuidándolos y mira para saber que estudia, se porta bien, es buen compañero y buen hijo.
Juan no está muy convencido porque no lo encuentra en ningún libro para poder verlo, quién es esa persona que siempre tiene el ojo abierto y a quien no se lo escucha hablar, no hay fotos. Las preguntas eran cada vez más intensas.
A la salida de la iglesia mira a una señora con un bebé pidiendo ayuda. Pedro ve que la gente pasa de largo.
_ ¿Mamá esa señora es mala? ¿el bebé se porta mal?
_No sé, respondió la mamá.
_¿Por qué preguntas eso hijo?
_Porque a ellos dios no los ayuda, dice Pedro.
_Crucemos a la confitería que tanto nos gusta, dice el papá para distraer a Pedro.
El pequeño no olvida.
A la hora de la cena Pedro vuelve a preguntar si Dios mira cerca de la iglesia porque hay una señora que necesita ayuda. Silencio durante la cena.
Domingo otra vez. Al entrar a la iglesia Pedro ve a la misma señora con su bebe y al salir vuelve a sus mismas preguntas.
El papá habla de lo soleada que estaba la tarde. Pedro se mete debajo de sus sabanas, no se le veía un pelo. El papá piensa que juegan a las escondidas y lo llama Pedrito. Lo busca adentro del placard, y detrás del cajón de los chiches. Pedro saca su cabeza a la luz.
_No juego a nada papá, no me gusta que alguien me mire siempre, no me hable y no pueda verlo. Tengo miedo.

OTRO MIMO AL ALMA
Para terminar el año 2022 el Gobierno de la Ciudad entrego premios y menciones publicando los cuentos de los afortunados elegidos y entre todos estoy yo. No hay impedimento alguno ,solo el que no nos permitimos de disfrutar de lo que nos gusta.Feliz años para todos

LA VICTORIA
La Victoria
Victoria está cansada de dormir mal, pocas horas, ocuparse de las compras, cocinar. Bida nació en el momento menos deseado por su madre. Ella disfrutaba de hacer nada en su casa y sólo esperaba a Juan.
Un día como tantos, ella sale de su casa con la beba en el cochecito. A través de una vidriera aparece el vestido rojo escotado y ella entra a probárselo. Deja el cochecito a un costado, Bida duerme.
Se mira varias veces al espejo y lo compra. Está feliz. Ella adora la ropa aunque ahora sale poco con Juan. Su vestidor siempre está a la moda. Después de caminar una cuadra se da cuenta que se olvidó el cochecito con su hija adentro. Sin apuro, vuelve al negocio.
-De la emoción me olvidé que tengo una hija, dice sonriendo. Las empleadas la miran sorprendidas.
Entra a su casa, prepara su almuerzo y la escucha llorar, la levanta, coloca un pie sobre el banco, saca una teta y apoya a Bida sobre su pierna.
-Comé querida, dice mientras sigue cocinando.
En un descuido la pierna se mueve y la beba se golpea la cabeza. De a poco a Bida se le hincha el costado de la cien. Ella le coloca hielo y Bida llora aún más fuerte. Ella siente que su paciencia se agota.
- Es un golpe nena no es para tanto, murmura. La pone en la otra teta para callarla. Bida se duerme con el pañal sucio. Juan llega, la saluda con un beso en la cabeza porque ella mientras mira la telenovela no responde. Juan entra al dormitorio, ve a Bida con la cabeza hinchada y dormida profundamente.
- Llamá a la ambulancia, grita.
-No exageres se golpeó con el mármol, le contesta Victoria.
En el hospital Bida se recupera, poco a poco, le dan una mamadera de leche tibia y la dejan limpita. La médica le sugiere a Juan que esté más atento.
Victoria ocupa toda la cama y duerme como si hubiera tomado una botella de vodka para no cruzarse con Juan. En qué momento Juan escuchó que me gustaban los niños. Quiero darla en adopción y volver a ser los que fuimos cuando nos conocimos.
Victoria recuerda. Yo había ido con una amiga a un asado un domingo al mediodía. Hacían 36 grados a la sombra. Eran todos profesionales. Yo me sentía medio oveja negra, la única vendedora de shopping y Avon porque no había sueldo que alcanzara. Qué lo tiro, pagaba mis gastos, más los del borracho de mi padrastro, que cada vez que yo entraba a casa en puntas de pie para que no me tocara la cola o intentara besuquearme, mi vieja sólo miraba la telenovela como si lloviera.
Yo estaba en la pileta con un flotador jugando cuando sentí como una bomba caía a mi lado y desde lo profundo de la pileta apareció su cara, inocente, ojos marrones, pelito corto.
-Te asusté, preguntó.
-No todo bien, y así comenzó nuestra charla. Mientras comíamos, nuestras miradas se cruzaban.
Esa noche, él me llevó en su auto. Me dio vergüenza decirle dónde vivía así que me dejó en la esquina de la casa de una amiga y pensé que no lo vería más. Viajaba en el bondi cuando sonó el teléfono. Número desconocido, era él.
No hubo un día en que no me trajera flores, o un chocolate, me sentía mimada, atendida. Inventé que mis padres estaban en el interior y yo acá en casa de un familiar. A los pocos meses, nos fuimos a vivir juntos y me propuso dejar de trabajar. Él ganaba suficiente. Yo, feliz. Laburo como un animal desde chica y este regalo era impensable. Dejé de ver a mi familia. No volvieron a saber de mí.
Un día me cruce con una vecina y me contó que mi mamá había muerto, que mi padrastro sin querer la empujó contra la mesa y ahí quedó. Desde entonces, lo único que pienso es en vengarla. Bida sólo estorba mis planes.
Juan llega, ella se sorprende. Va al dormitorio, saca un bolso y le pone una bombacha, un corpiño, un jean, una remera. Ella escucha sentada en el sillón. Él la levanta del brazo, le cuelga el bolso del cuello y le abre la puerta.
- Qué tarada, soy una tarada, todos me la van a pagar La oscuridad de la noche no ayuda a aclarar sus ideas y se duerme con sus piernas encogidas sosteniéndolas con las manos. El riego la despierta. Sobresaltada, mojada, con hambre, mareada, aturdida, camina. Se sorprenden al verla entrar, León piensa que es un fantasma y el padrastro que está sobrio la abraza.
- Perdimos a una mujer y recuperamos a otra...
En la heladera hay fideos secos y cerveza. Ella se come los fideos con la mano, los va empujando en su boca como un animal hambriento que devora a su presa. El ruido sobre las chapas la altera, se pone los auriculares para poder dormir y sin éxito, asqueada, se sienta lejos de su casa a pensar. Cruza los brazos y se abraza, esconde su cabeza estirando la remera. Y Bida.
Con su mochila al hombro, Victoria camina por las calles que la devuelven al mundo al que perteneció. Las vidrieras con los maniquíes de largos vestidos que estuvieron a su alcance como un suspiro.
- ¿En qué podemos ayudarte?
- ¿Ya no me conoces? Tuvimos un accidente con Juan, muy grave y mucho tiempo hospitalizada, ahora sólo necesito un trabajo, no sé siquiera si sobrevivieron, perdí la memoria, acá llegué de casualidad
Lo que dice suena dudoso, a la encargada le da pena. Victoria recupera su antiguo trabajo. Ya no sabe cómo ubicar a Juan. Piensa en Bida y se convence que en algún momento se van a cruzar. Se acercan las fiestas y eso aún la entristece más. Sola. Las mujeres se prueban ropa, están felices. Victoria discute violentamente con una clienta. Otra vez en la calle, otra vez sin un mango.
Nadie advierte su llegada y eso la deja descansar y pensar cómo seguir. El sol calienta el piso húmedo. León resbala al entrar y la ve.
-Negrita estoy haciendo buena guita con la merca y si vos vendes podemos rajarnos de acá
Así la vida se soporta mejor y tirada en su cama, muy dada vuelta, su padrastro se le acerca y comienza acariciarla como si fuera un bebe. Ella sonríe y lo deja seguir.
- Te gusta mi chiquita, ahora ya te gusta, le susurra al oído.
La gira, le saca el pantalón. Ella manotea de abajo de la almohada un cuchillo y se lo clava. León ve lo que pasa, le pega, una y otra vez, la cabeza contra el suelo.
El negocio del polvo y las pastillas funciona bien y la vida empieza a acomodarse. Ella prepara la cena mientras toma su copa de vinito y mira la televisión. Se rasca los ojos, los cierra, los abre, salta de la silla.
-Vida, grita
-Te voy a comprar anteojos boluda, qué va a hacer ahí tu hija
-Callate cornudo, es mi nena
Victoria se acerca al canal dónde emiten la novela y pide ver a Bida. La recepcionista le dice que no están ahí.
-Vos pensas que yo soy boba, cómo no sabes, soy pobre pero no estúpida
-Señora retírese o llamo a seguridad
-Y yo llamo a la cana y le digo que vendes merca
La obligan a salir.
- Es mi hija, es mi hija, grita desesperada. Se sienta en el cordón de la vereda, los autos esquivan sus pies.
'- Es la primera vez que sólo quiero verla, no necesito nada, sólo que me conozca, pedirle disculpas, mira al cielo, viejita vos que siempre me ayudas tírame una manito, yo no te quise dejar con ese animal, perdóname, te extraño vieja y ahora sólo quiero que Bida me escuche, cómo hago, mamita querida.